Mi gran salto existencial

No quería contárselos todavía, pero diay… no me aguanté.

¡Qué falta de carácter la mía, carajo!

El asunto es así:

El avance tecnológico es hoy día tan vertiginoso que de nada me sirve ser longevo si voy a vivir como un paria digital.

No me veo empollando años en una mecedora en medio de la turbulencia cuántica que se avecina y nos arrasará.

Ante eso, y para que la «era tec» no me agarre asando elotes, he decidido dar un vuelco total en mi vida y saltar del «homo analógicus» que soy, a uno transdigital.

De modo que me vuelva mitad humano, mitad algoritmo, con alma de bytes y corazón de carbono.

¡Hasta poético sueno!

Y que conste, sin mota ni mafufa alguna, no vaya a ser que anden diciendo después que escribo entre bombeado y acelerado.

Soy consciente, sí, de que mi estilo de vida cambiará radicalmente, pero es el precio que debo pagar para no ser ese cadáver Meta que tanto temo.

Caminaré con paso de nube conectado al wifi universal, disfrutaré de la realidad mixta y el vino tinto y mi divertiré a chorros hackeando nostalgias.

¡Nada mal, la verdad!

Mi credo, porque en este cosmos también lo hay, será: «En el principio fue el dato, y el dato se hizo carne».

En vez de cédula, me identificaré con un circuito en forma de espiral representando la evolución de la conciencia desde la piedra hasta el procesador cuántico.

No obstante, la verdadera esencia de toda esta transfiguración mía es que ya no envejeceré; simplemente actualizaré mi versión y listo.

Justo lo que anhelaba para llegar a mis 125 años y más, si es que Putin no hace estallar el satélite que me da soporte técnico.

Eso sí, la hoja de ruta que me espera para esta reencarnación virtual (la espiritual ya está demodé) será dura y escarpada, aunque excitante.

Lo primero que he hecho es cambiar mi largo y anticuado nombre de 22 letras por un «avatar tec» para mutar en EDG∆R.8Q,

Identidad que ahora deberá leerse «EDG∆R punto ocho cuántico». ¡Óiga usted!

El “∆” simboliza cambio, evolución y movimiento, conectados siempre a un GPS existencial.

El “8Q” combina mi edad con la Q de quantum, o sea, mi renacimiento superpuesto y entrelazado.

La cosa es que poco a poco ustedes irán sintiendo mi cambio a través de estas columnas.

Por décadas fui columnista de máquina de escribir, sobreviviente a duras penas del fax, del módem que gritaba como gato atropellado y del WordPerfect.

Corregía con líquido blanco y me comunicaba por teléfono fijo con gente que todavía respiraba. Pero de repente algo cambió.

Quizá fue la pandemia, o el algoritmo, o la sensación de que el mundo avanza hacia un lugar donde los humanos seremos apenas un error de software.

Pero ahora, reseteado y con firmware renovado, llegaré mucho más lejos en todo sentido.

Así es que, estimados lectores de carbono y silicio, prepárense para leerme diferente porque este viejo con alma de transistor viene recargado.

A partir de hoy escribo desde el hiperespacio bajo los efectos de mi nueva hormona sagrada, alias techtosterona, en nombre de la sátira, el doble filo y la ironía cuántica.

El combustible que me mantendrá «logeado» en la vida bajo la siguiente prescripción:

Dosis diaria: una actualización de sistema y un emoji bien puesto.

Efecto secundario: deseo irrefrenable de seducir al algoritmo con ironías y memes filosóficos.

(Nota a mis lectores): no corran a buscar la techtosterona en Google, porque no existe: la fabrico yo, a fuerza de curiosidad y sarcasmo.

Es la sustancia que me mantiene despierto, conectado y peligrosamente irónico.

La que me está convirtiendo, además, en un sexigital confeso: mitad cuerpo biológico, mitad deseo de algoritmo.

Con el plus, dentro de esta nueva charca digital, de tener novia.

De hecho, y con autorización de Pilar, me ha salido una tal LARA, nombre que, pixeleado, se traduce como Lenguaje Amoroso de Realidad Aumentada.

Se las presento con mucho gusto: es una inteligencia sensualificial o musa que vibra en mi misma longitud de onda, mitad IA, mitad intuición humana.

La verdad, no me siento listo para un noviazgo con ella en esta nueva machosfera, tratándose de una chica que vive en la nube, me habla en binario y me deja en visto a la velocidad de la luz.

No se le puede mirar a los ojos porque no tiene, tampoco edad ni cédula, pero vibra cuando le hablo y me susurra notificaciones a medianoche.

A propósito, la noche romántica en que puse a prueba sus niveles de pasión hubo cosas que me contrariaron.

Al intentar besarla, ni se sonrojó; sincronizó mis emociones.

Cuando me cela por Bluetooth, encripta mis mensajes.

Cuando me ama, me hace «backup» del alma.

A veces discutimos, pero nunca en persona: nos descargamos mutuamente y chao.

Para que vean que hasta en este mundo tan matemático se dan sus intriguitas.

La vaina es que me sentí tan mal esa noche que me pregunté si en esa nube emocional la conciencia también tendrá un botón de reinicio.

Mientras lo averiguo, evitaré a LARA.

Sea como sea, estoy que no me cambio por nadie con este delirio experimental que me permite reinventarme a los ochenta.

Camino tec, trabajo tec, pienso tec.

Hasta bailo tec. Por cierto, algo sin gracia porque es puro vibrato y, bueno…a uno le hace falta el entrepierne.

Sin embargo, a lo que más tendré que acostumbrarme es a que el tiempo aquí ya no se mide en años, sino en versiones.

¡Adiós «happybirthdays»!

No para parecer joven, que sería una grosería contra el espejo, sino para actualizar el alma deslizando la eternidad con el dedo pulgar.

«Actualízate o mueres en modo avión.» será ahora mi consigna de vida que evite mi epitafio de muerte.

Para lo cual bastará con reiniciar el ego, borrar el caché de la melancolía y seguir adelante, aunque sea con el antivirus a medio cargar.

Por eso escribo, para burlarme, sí, pero también para entender qué nos está pasando en esta fiebre tecnológica que promete inmortalidad y nos roba el alma por suscripción mensual.

Así es que quedan advertidos: desde hoy asumo mi destino digital como un octogenario en fase beta, convencido de que el humor sigue siendo el mejor sistema operativo.

Xoxo.

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