De novias a tecnovias
En mis tiempos aquellos, enamorar a una chica era casi una operación de guerra.
Uno no sabía si estaba entrando a un noviazgo o a un campo minado.
Me perfumaba bien con «Old Spice» y me preparaba para esquivar suegros y chaperones con pinta de agentes secretos.
El papá revolcando mis antecedentes y hasta olfateando el olor del perfume que, por baratieri, bien podía cerrarme la puerta al corazón de su hija.
La suegra, entretanto, tejiendo al lado, pero no era ni punto ni crochet, sino estrategia militar.
¡Qué jodido!
Por si fuera poco, la hermana menor, quien la veía tan menudita y mosquita muerta, sobrevolándome como dron de reconocimiento para reportar el menor desliz mío.
Y allí yo, sudando a mares, la camisa empapada y el corazón como tambor en desfile.
En tales condiciones, para rozar la mano de la ninfa había que pasar por tres permisos y un juramento de pureza.
Y para robar un beso, el acabose: más arriesgado que cruzar hoy las líneas de fuego entre rusos y ucranios.
Si, encima, te pescaban en pleno apercollo con apretón y meneo, salías echado del barrio como excomulgado de una secta.
En cambio, ahora, con todo tan tecnificado, se necesita un manual para conquistar.
Ya no a una novia, sino a una tecnovia.
Y no por la vía tradicional, es decir, manita, besito, apretadita…sino digital, virtual, artificial o como se diga.
Hoy la seducción pasó de la serenata con guitarra desafinada a los «likes» con emojis estratégicos, sin cartas perfumadas, sino audios con filtro de ardilla.
Llegué a ser testigo de serenatas con el tocadiscos detrás del matorral entonando a Los Panchos o a Daniel Santos para impresionar a la culpable de «todas mis angustias...»
¡Qué belleza!
Hoy, en su lugar, las «playlists» de Spotify son las nuevas serenatas para encantar a las tecnovias, máxime la opción Premium que las enloquece.
El amor se simplificó y complicó al mismo tiempo.
Hoy el romance ya no se cuaja en un salón de baile como Los Maderos o el Jorón de mis años mozos sino en un «call center» con algoritmos hormonales.
La seducción saltó de la «marcadita» en la sala con chaperón, al «feed» de Instagram.
En los sesenta, el dilema era: «¿me atrevo a agarrarle la mano delante de la mamá?»
En 2025, el dilema es: «¿le pongo corazoncito al mensaje o solo doble check azul?»
Tampoco se escribe hoy una carta perfumada en papel rosa con versos de Neruda, sino un mensaje por wasap y el emoji de la carita con guiño.
Y, para los más atrevidos, el del durazno.
De igual forma, para impresionar hoy a dama, nada de sombrero en mano y reverencia de caballero; el cortejo se volvió un videojuego de pantallas táctiles.
En el que basta con deslizar el dedo a la derecha para que un simple «swipe» (borrón) decida el destino amoroso que antes requería quince serenatas y la bendición del cura del barrio.
Uno se presentaba ante ellas con camisa bien almidonada y cuello levantado tipo Elvis o Travolta para desmayarlas más rápido.
Hoy, en su lugar, basta la foto de perfil de solo los «cuadritos» o «six pack» abdominales porque ¿para qué quiere una chica ver la cara si ya tiene «lo importante?»
Ya tampoco se grita desde la esquina «¡Adiós, mamacita, con esa minifalda cualquiera se despepita!»; ahora una carita sonriente puede abrir más puertas que un ramo de rosas.
Sin perder de vista, claro está, que la secuencia correcta de emojis puede ser tan peligrosa como el Kamasutra.
Y así todo; si antes la chica te dejaba cortejar, ahora es ella la que desliza, elige y –si quiere– te atrapa.
Por eso es un error seguir creyendo que los hombres somos los cazadores.
Hoy las chicas saben usar filtros, historias de Instagram y frases como «mejor venite vos, porque yo no sé manejar de noche.»
Te envuelven, te hipnotizan y cuando menos lo pensás ya estás pagando el Uber de ida y de regreso.
Antes, la mujer que se atrevía a dar el primer paso era vista como Juana de Arco.
Hoy es perfectamente común que ellas inviten, propongan y hasta elijan el «playlist».
Más que tabú derrumbado, esto es revolución de «software»: la mujer pasó de Windows 95 a Inteligencia Artificial.
Por supuesto que me quedo con lo de antes cuando invitabas a la muchacha al cine y te sudaban las manos pensando en si podías rozarle el dedo meñique.
Ahora la táctica consiste en invitarla a «ver una serie» en casa, o sea, «vení, que ya tengo palomitas, sofá y malas intenciones.»
No obstante, si bien el exceso de tecnología ha desregulado el mercado del amor, el secreto es seguir siendo audazmente sutil y tierno con ellas.
Si querés conquistar hoy a una tecnovia, por nada del mundo se te ocurra mandarle el mensaje a las 3 de la tarde, pues eso lo hace cualquiera.
El verdadero arte está en dar «like» a la 1:47 a.m. cuando ella ya se imagina que sos un alma perdida en la nostalgia y la cerveza artesanal.
De igual modo se debe tener cuidado con el primer beso.
En mis tiempos no había problema porque uno podía ver a la chica a plena luz del día y sin maquillaje, como para estar seguro de a quién besaba.
Hoy hay que rezar para que la chica se parezca, aunque sea un 60%, a lo que muestra con filtros.
De ahí que el riesgo del siglo XXI sea besar a la de la foto y terminar con otra.
Mi conclusión ante todo este desbarajuste amoroso es seguir, hasta donde sea posible, ciertas reglas:
Nunca mandarle a la muchacha 15 mensajes seguidos.
Para calentar su corazón, invitala a un café real y no virtual.
Mandale tu foto de perfil lo más natural que podás, sin Photoshop ni posando a la par de un Ferrari ajeno.
Hay que ser un poco serpiente de palabras dulces que no muerde, solo hipnotiza con humor, curiosidad y un poquito de fisga.
Tampoco te apurés ni precipités: dejá espacio, que el misterio también seduce.
Y bueno, si al final querés incluso terminar la relación, ya no tenés que decirle que te vas a estudiar a Rusia; basta con desaparecerte del mapa digital.
Porque hasta la cobardía se volvió sofisticada.
Lo rescatable de todo esto es que las «maripositas en el estómago» siguen vivas: aunque parezca todo más fácil, en el fondo el corazón sigue igual de trepidante.
Solo cambió el escenario: de la sala con la mamá tejiendo, al chat de ambos intercambiándose los dos «check» de mensaje leído, deseado y saboreado.