Me acaba de suceder algo a lo que no le encuentro ninguna explicación por más que me exprimo el lado esotérico del cerebro.

¿Qué es la vida?

He aquí la pregunta que más se ha hecho la humanidad desde que adquirió conciencia de ella.

Dedico hoy este tema a la defensa de ustedes, como ciudadanos de a pie, y del país como un todo.

Imagino siempre esta columna como una gran terraza al aire libre donde ustedes y yo nos reunimos cada sábado, desde tempranito, a conversar sobre lo humano y lo divino.

Todo empezó hace seis meses como una ocurrencia de mi cuñado, Máximo Cisneros.

A mi edad es obligatorio verse en el espejo cada rato.

Cada uno tiene su manera de «matar las pulgas» con wasap. En mi caso, clasifico a las personas según su apariencia, oficio y apodo. Más práctico, rápido y seguro.

Más allá de la belleza geométrica de las esferas de piedra, que la sentimos, vemos y palpamos, nos seduce otra, igual de magnética, pero que solo alucinamos: la enigmática.

Estoy a punto de iniciar una rebelión nunca vista. Por ahora, muy mía y sin nadie más en la tropa que yo, pero con la esperanza de llamar a filas a tantos fans como deseen unirse a mi causa.

De niño yo debo haber sido un pequeño Judas porque viendo y sintiendo la Semana Santa tan gris y patética, procuré siempre hacerla alegre al menos para mí.

Les presento hoy aquí mi curriculum actualizado a ver si a mis casi 80 años soy bueno p’algo y me dan trabajo.

Estoy segurísimo de que, en Punta Mona, Manzanillo, nació el mundo. Aquí, en este pequeño recodo del caribe sur donde me encuentro, se deben haber incubado todos los placeres, hechizos, pecados y truenos del planeta.

Ese sábado temprano en la mañana terminé de trotar y me explayé, exhausto, en una de las gradas de mármol a la entrada del hotel Fontainebleau, de Miami Beach, donde me hospedaba.

Voy a contarles una intimidad que a pesar de mi avanzada edad sigo sin descifrar. No sé cómo, al nacer, se coló dentro de mí otro yo, otro ser, como si se tratara de un gemelo abstracto, metafísico.

Acabo de descubrir algo insólito. En el mismo sitio de Bahía Culebra, Guanacaste, donde hace 63 años yo solía dormir en una troja cada vacación de febrero, hoy hay una suite que cuesta $37.200 la noche.

Mi hijo Alonso y yo acabamos de hacer una locura: viajar tres días a la prehistoria.

Desde que llegué a su sala de audiencias en el Vaticano, le noté algo raro al papa Juan Pablo II.

Ya lo habíamos visto. Estaba cerca, como a 50 metros. Venía como siempre, tocando puertas y voceando de casa en casa su «romero y manzanilla»

Ella nunca me lo dijo. Lo supe cuando cayó rendida para siempre ante la magia sobrenatural de nuestro Caribe Sur.

En el preciso instante en que un funcionario público te ponga trabas y peros, miralo bien a la cara y descubrirás algo insólito: «¡Eyacula!».